Messi regresa cinco años después al Maracaná para enfrentar a Venezuela: hay que llegar a semifinales contra el equipo de Tite, que sufrió para pasar a Paraguay.
Prácticamente cinco años. 1.811 días. De nuevo Messi, ahora capitán. Otra vez Agüero, ahora de entrada. Nuevamente Di María en el banco, por motivos distintos. El contexto, claro, es otro, diametralmente opuesto. La expectativa también es diferente. Hay cientos de argentinos en Rio de Janeiro, pero no existe la invasión que se produjo en julio del 2014. Porque a menos que venga una eminencia y nos explique -¿con qué argumentos?- que un cuartos de final de una Copa América es más que una final de una Copa del Mundo, todo será distinto. Pero, detenidos en el aquí y en el ahora, no es para despreciar ni mucho menos este cruce con Venezuela. ¿Y luego? Si la Selección pasa esta prueba, se vendrá un tremendo duelo contra Brasil, el martes a las 21.30 en el Mineirao. Es que el equipo de Tite venció este jueves por penales a Paraguay y ahora espera rival…
La Selección vuelve a jugar en el Maracaná después de aquella caída con Alemania, del penal que hoy el VAR hubiera hecho sancionar de Neuer a Higuaín, de insistentes imágenes que son memes eternos, de la foto de Messi mirando la madre de todas las copas… Desde entonces, por si algún marciano no lo sabe, Argentina perdió otras dos finales en años consecutivos de Copa América, ambas ante Chile y por penales. Pasaron Sabella, Martino, Bauza y Sampaoli como entrenadores en este lustro y ahora -escuchá, marciano- dirige Scaloni, sin experiencia alguna en la función.
Lo que hizo Scaloni y no se animaron, especialmente, los últimos dos fue realizar una profunda renovación, tan profunda que del círculo rojo sólo quedan Messi, el Kun y Di María, con Otamendi como un general distinguido. Acá las caras son otras, muchas flamantes, otras expectantes, todas ilusionadas después del desahogo de superar la primera ronda. “Es el partido más importante de mi carrera”, aceptó Lautaro Martínez.
“No somos favoritos”, alertó Messi con prudencia y argumentos antes del inicio. La derrota con Colombia y el empate ante Paraguay, y más que nada el funcionamiento le dieron la razón al capitán. Qatar, el 2-0 y ratos del segundo tiempo después de una parte inicial insoportable, apareció como un bálsamo, como un desahogo y, de acuerdo a las manifestaciones públicas de los jugadores, como una fuente de renovadas energías y confianza. Venezuela es la barrera plantada enfrente, la muchas veces simpática y débil Vinotinto que ha dejado de serlo justamente por tener lo que no tuvo Argentina en los últimos años: un plan, una idea, un proyecto, esa palabrita que sin dudas es la más humillada por el planeta fútbol.
Ya no está Romero y Armani busca ser un nuevo héroe; lo ven desde afuera Zabaleta y Mercado y hoy el puesto -sin dueño fijo- lo toma un pibito que hace cinco años recién empezaba a jugar de defensor como Foyth; Demichelis observa que otro zaguero central surgido de la misma cantera, como Pezzella, es el 2; Rojo ya no rechaza de rabona y ahí se consolida Tagliafico; el emblema Mascherano le ha dado paso a un nuevo modelo de volante central como Paredes, que en su momento, en Boca, heredó la 10 de Riquelme; Biglia es otro que dijo basta y ahí -para este partido- Acuña reemplaza a Lo Celso; Lavezzi sigue con sus locuras positivas en China y De Paul, por personalidad y desfachatez, ocupa su lugar; y Gonzalo Higuaín cierra la rueda de ausentes para que Lautaro Martínez actúe en ataque. El Pipa ha sido el principal punto de recurrentes ataques despiadados por esa secuencia de finales que empezó en el Maracaná.
Toda esta nueva camada mamó y hasta convivió con la gloria deportiva al alcance de la mano y el posterior pedido de patíbulo en una metáfora tan argentina que no llama la atención. Scaloni, en un mensaje interno y también externo, pidió unanimidad antes de Qatar, ahondó sobre el tema después y lo deslizó tambén en la tarde de ayer, sentado en la sala de conferencias del estadio más emblemático del mundo.
Lo pasado, disculpas por la redundancia, ya está allá, lejos y no se puede asegurar que haya sido pisado. Esta nueva esperanza es la que la Selección tiene cerca. Un equipo nuevo, renovado, diferente. Un equipo que tiene y espera la aparición en escena del mejor del mundo.