Boca no juega bien: le falta elaboración, precisión y funcionamiento. Sin embargo, el entrenador ya ha hecho un gran laburo, un excelente laburo. ¿Cómo se explica?
Boca no juega bien. No tiene funcionamiento, elaboración, precisión ni los circuitos aceitados. Boca no te presiona, no te asfixia, no te somete. Boca no te domina y peor: por momentos, parece visitante en la propia Bombonera ante Argentinos Juniors. Sin embargo, Alfaro ha hecho un gran laburo, un excelente laburo.
El técnico ha logrado, para este momento, algo mucho más importante que un fútbol vistoso y de tapa de diarios. Forjó un equipo con orden, caracter, oficio y algo fundamental en su universo: un equipo que ha cerrado su propio arco. Porque más allá de alguna impericia de los rivales a la hora de definir, hace cuatro partidos que no le convierten. Alfaro ha respetado los libros sagrados que establecen eso de que los grandes equipos se arman de atrás para adelante. Y está en la senda de conseguir algo más, algo que no se compra a la vuelta de la esquina: un equipo aguerrido, combativo, con el ADN bostero a flor de piel (basta ver a Nandez y Buffarini, pero sobre todo basta ver cómo ellos levantan a la gente).
No es preocupante el resultado: o sea, que esta victoria ante un Argentinos sin nombres rutilantes haya sido tan trabajada, tan apretada, tan cerrada. Los goles, seguro, ya van a venir. No es común que Benedetto falle ese mano a mano con tanto tiempo y espacio para definir. Tampoco es común que, cómodo, cabecee por arriba del travesaño y que ese remate cruzado en el final se lo tape el arquero. Eso no es preocupante: la jerarquía, en Boca, está. Allá arriba está. Allá arriba, Boca, en algún momento, da la sensación de que te va a romper el cero. Tiene con qué. Por más que Mauro casi ni la toque y se gane el sueldo por ese centro milimétrico a Lisandro, por más que Pavón se tropiece con la pelota y se haya convertido en ese chihuahua que persigue la pelotita frenéticamente casi sin saber cómo ni por qué, por más que Tevez aparezca en los minutos finales para llevársela al rincón y que sea precisamente Lisandro, un central, el que salte en el área rival y haga un gol propio de Palermo.
Es cierto: Argentinos, este muy buen Argentinos de Dabove, mereció mejor suerte. Sin ser claro, por momentos le impuso condiciones a Boca y no pareció pesarle el marco ni la instancia semifinal. Pero se sabe: ante un rival como éste no pueden darse concesiones. Y el Bicho las dio. Falló Spinelli cuando no debía fallar, Alexis flotó entre lo que debe ser (un conductor) y lo que todavía es (un buen acompañante) y a Elías Gómez de tanto ir se le olvidó lo primordial para un lateral: que no le coman la espalda.
Si de merecimientos hablamos, está claro que, con el diario previo a la final, Tigre merece ser el campeón. Ha sido el mejor equipo de este torneo bonsai. Pero Boca, este Boca forjado a fuego lento, está en camino hacia cosas importantes (gane o pierda la final). Parece apresurado decirlo, pero algo está naciendo. Es evidente. A priori, un conjunto hecho a medida de su creador. Un conjunto que, más allá de gustos, jugará su segunda final en un mes. Y eso ya es para quitarse el sombrero.