River tiene su lugar en octavos

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Tantas veces se habló de la mentalidad de los equipos de Gallardo que una vez mas es necesario recurrir a ese atributo, entre otros, para explicar otro paso adelante de este River. Un River con una identidad indisimulable más allá de los cambios de nombres, de las reinvenciones, de las modificaciones en pleno partido producto de una nueva lesión en un semestre lapidario en ese sentido.

En casi cinco años, muchas veces se habló de un nuevo River. Lo flamante concierne a los nuevos que aparecen, pero la esencia es la misma bajo la regla de la competitividad a ultranza, el hambre constante, al poder para ir por más cuando ya conseguiste todo. Porque si alguien pensó que después de la conquista del 9 de diciembre en Madrid este ciclo se daba por satisfecho, ese alguien no conoce a Marcelo Gallardo.

Ahí está el Muñeco, con frío en una fría Santiago, con camperón, bufanda, las manos en los bolsillos y la sangre que le corre por las venas debido a un inicio que no le gusta. El desahogo, del entrenador y de todos, llega con ese centro medido de Nacho Fernández y la palomita de manual de Pinola.

Ahí está el mismo entrenador, para entender que había que modificar algo porque Palestino se venía y Zuculini -de buen partido igual- estaba al borde de la doble amonestación. Entonces, más juego que fuego: o juego y fuego que es lo que le brinda ese pibe que le encanta y que lo tiene de vuelta que es Exequiel Palacios. Toque para acá, toque para allá, los chilenos desactivados y la aparición de Nacho Fernández para obligar al arquero rival, aprovechar su falla y sellar el resultado.


Un resultado que pudo ser más amplio en el final, pero en el que desaprovechó chances en cadena, sufrió la salida de Enzo Pérez por un patadón de Julián Fernández y padeció la ingenua expulsión de Borré.


Pero por encima de todo, está la estructura, el esqueleto, la idea… Un River solidario, tenaz, con presencia y juego se cargó al hombro el desarrollo del partido y ya puso su nombre en octavos de final. Sin Quintero y Casco, ya sin el Pity ni Maidana, pero con la autoridad de Pinola, la jerarquía de Enzo Pérez, el regreso de Palacios, las agallas de Armani, la constancia -esta vez ineficaz- de Pratto y, en Santiago de Chile, la figura de Nacho Fernández, jugador de toda la cancha, patas flacas y fútbol gordo, figura en una noche en la que River volvió a plantarse como lo que es: el campeón de la Libertadores.