Ante la muerte del expresidente, sus políticas de Gobierno se vuelven a discutir en un país que es cada vez más parecido al que recibió el riojano en 1989.
Hay liberales argentinos que se reconocen como “menemistas”. No obstante, también hay otros libertarios que aseguran que Carlos Menem “no fue liberal”. La izquierda dice que la crisis de 2001 fue el resultado del fallido “neoliberalismo”. Mientras tanto, el peronismo se debate entre los que lo reivindican y los que reniegan de él. Sin embargo, los hechos son lo suficientemente claros como para analizar la cuestión de manera desapasionada y medianamente objetiva.
Para comenzar, vale recordar que las reformas noventistas se hicieron casi por obligación. Aunque los analistas destacan la importancia del momento de la caída del Muro y el colapso del bloque soviético, no todos recuerdan que en Argentina el estatismo estaba liquidado: la industria nacional era un desastre, las empresas estatales de energía y teléfonos no proveían servicios y la hiperinflación había dejado en evidencia que era momento de hacer a un lado la descomunal presencia de la burocracia en la vida de los argentinos.
El panorama de aquellos años es similar a lo que se está forjando hoy. Es por esto que vale la pena recordar lo que salió bien y también lo que falló en aquellos años, más allá del rótulo que se le quiera poner.
Cuando los argentinos vieron que en el mundo tener un teléfono no era un lujo y aceptaron que no era normal tener luz solamente un rato al día, en su mayoría abrazaron el proceso de privatizaciones que le quitaron al Estado funciones que no debía ejercer. Ni hablar de los canales de televisión, que hasta ese momento seguían increíblemente en manos de la burocracia.
Las mejoras fueron casi inmediatas. Aunque en casos concretos como el de Aerolíneas Argentinas se pasó del monopolio estatal al privado, en grandes rasgos el proceso de privatizaciones fue muy positivo para el país. En algunos sectores donde no entró la competencia, como el mercado de telefonía, los adelantos tecnológicos y el mercado posteriormente se encargaron de destruir los monopolios asignados durante los noventa. El kirchnerismo se dedicó a revertir estas políticas y los resultados están a la vista de todos.
La convertibilidad
El “Plan Bonex” que preparó el terreno para la regla monetaria, y convirtió depósitos en bonos del Estado, que el Gobierno estuvo pagando en sus términos, fue una de las tantas violaciones al derecho de propiedad en la historia argentina. Claro que quienes justifican esas medidas dicen que a esas instancias se llega por los desajustes del pasado de otros gobiernos, pero desde el punto de vista liberal esto no es admisible bajo ninguna circunstancia.
Ni el Bonex, ni el “corralito” de de la Rúa, ni el “corralón” de Duhalde, ni los cepos, las devaluaciones y la inflación de los Kirchner, Macri y Fernández. Todas estas cuestiones son violatorias al derecho de propiedad y tienen su raíz en los desajustes monetarios vinculados al déficit fiscal.
Si nos enfocamos concretamente en el tema del “1 a 1” hay aspectos interesantes para discutir sobre la compatibilidad con el ideario liberal o no. En favor de la lectura libertaria de esta medida, lo más importante que podemos decir es que le quitó al Gobierno, mediante la utilización del Banco Central, la capacidad de emitir moneda. Esa limitación a los vicios del poder puede leerse fácilmente en clave liberal. Aunque, como dijimos, más allá del rótulo, lo innegable es que funcionó. Al menos, mucho mejor que cualquier otro experimento monetario de la historia reciente. Una década sin inflación ha sido un lujo que los argentinos recordamos con nostalgia.
Ahora, si nos ponemos técnicos y de paladar negro liberal, lo cierto es que una regla monetaria, que fija el valor de la moneda, no tiene mucho de liberal. El óptimo sería una libre competencia que pueda reflejar a diario las preferencias de las personas con relación a una o varias monedas.
No obstante, también se podría argumentar que el argentino, en libertad, siempre elige al dólar, por lo que la medida no hizo otra cosa que relevar las preferencias de la gente. Pero más allá del debate fino, podemos sacar un par de conclusiones: que una dolarización hubiera sido mejor (sobre todo mirando la experiencia ecuatoriana) y que el problema no fue la convertibilidad, sino el endeudamiento y el siempre presente déficit fiscal.
¿Qué generó la crisis de 2001?
Aunque la izquierda y el kirchnerismo responsabilizan a la convertibilidad y a las privatizaciones con la crisis de 2001, lo cierto es que no tienen absolutamente nada que ver. Claro que el proceso de los noventa está vinculado a la crisis de deuda que se llevó puesto a Fernando de la Rúa (quien se acobardó ante las correcciones necesarias que propuso Ricardo López Murphy) pero, al igual que el “1 a 1” y las privatizaciones, el liberalismo no tuvo nada que ver con esto.
El Fondo Monetario Internacional, uno de los grandes culpables de todo esto, al ver que el país se encaminaba en la buena dirección, fue laxo e irresponsable cubriendo el déficit de un país que hacía reformas positivas, pero no corregía su déficit. Probablemente, sin los organismos de crédito internacionales, las políticas virtuosas de los noventa podrían haber sido acompañadas de la austeridad necesaria. Otro sería el país al día de hoy.
Resumiendo, podríamos estar de acuerdo en las siguientes cuestiones: si el menemismo no fue “liberal”, seguramente fue lo más cercano que tuvo Argentina en su historia moderna. Ahora, cuando analizamos con lupa las políticas implementadas, llegamos a la conclusión que los aspectos más liberales fueron también los más exitosos. Y lo que sin dudas estuvo más alejado de los principios que pregona el liberalismo, fueron las causas que generaron el colapso posterior.
La década del noventa fue un proceso que marcó el rumbo correcto, aunque también había cosas que mejorar y corregir. Sin embargo, el modelo se abandonó, se responsabilizó y culpó a lo que se hizo medianamente bien y se continuó con todo lo que estaba mal.