El velatorio de Maradona y el país de los boludos

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Todo el delirio de la cuarentena estricta del coronavirus murió con el excampeón del mundo.

Pocas palabras argentinas son tan particulares como la de “boludo”. El invento lingüístico nacional tiene una melodía interesante y sirve para describir a alguien a quien el término “tonto” le queda corto. Pero también se puede utilizar cariñosamente para referirse a un querido amigo, con el que se tiene mucha confianza. Este sabor agridulce de la palabra “boludo” nos viene como anillo al dedo para reconocernos como argentinos. No vamos a ser lapidarios para con nosotros mismos pero no podemos dejar de ignorar que tenemos serios problemas.

La muerte de Diego Armando Maradona dejó al descubierto muchas cuestiones que no pueden ser pasadas por alto. A pesar de la devoción que le tenga un país a quien fuera el mejor jugador de fútbol del mundo, lo cierto es que lo que viene sucediendo desde ayer es digno de un serio llamado de atención.

El Gobierno y los medios sometieron a un país a una cuarentena ortodoxa y extendida, que fracasó desde todo punto de vista. Argentina destruyó lo poco que funcionaba de su economía a principios de año, pero también su estrategia de salud resultó paupérrima, ubicándose finalmente entre los peores países del mundo en lo que al manejo de la pandemia se refiere.

Los comunicadores y las autoridades no tuvieron piedad con aquellos que necesitaron flexibilizar la cuarentena, aunque sea para poder alimentar a su familia. Desde todas las pantallas se pedían inspecciones y clausuras para los comercios que buscaban levantar sus persianas, al menos para cubrir los costos. Se festejó incluso a la policía cuando perseguía a los vendedores ambulantes, que necesitaban salir a la calle para conseguir una moneda, en pos de la indispensable supervivencia. También se llegó a justificar la aberrante aplicación de estrictos protocolos ante los fallecimientos que tuvieron lugar desde marzo. Muchos argentinos no pudieron despedir a sus familiares y amigos, básicamente porque el presidente decidió que ello constituía una amenaza para la salud pública. Sí, el mismo presidente que hoy se dio efusivos abrazos con la exmujer y las hijas de Maradona, ¡en el marco de un velatorio multitudinario organizado en la Casa Rosada! ¿Nadie va a decir nada de toda esta locura?

Los periodistas, que tendrían que llamar la atención sobre todo este disparate, son cómplices. Aquellos que insistieron hasta el hartazgo con el “quedate en casa” y justificaron hasta las detenciones para los que tenían la osadía de visitar a sus parejas o familiares, dicen ahora que será “imposible” cumplir con el distanciamiento social en la despedida del 10. Todo sea en nombre de “D10s”. Quien cuestione el “sentimiento” es un antipatria y enemigo del pueblo. Lamentablemente, demasiados argentinos parecen estar dispuestos a empatizar más con los fanáticos «maradonianos» que con un padre al que no le permitieron ir a ver a su hija en su lecho de muerte.

En definitiva, somos unos boludos bárbaros. Dejamos que el bar de la esquina de casa, donde tomábamos un café con leche con medialunas, se funda mientras el presidente se iba de gira y se fotografiaba con multitudes sin barbijo. Permitimos que nuestros amigos no puedan despedir a un ser querido pero nos emocionamos cuando Alberto Fernández abraza a los familiares de Maradona, a quienes probablemente haya conocido personalmente recién esta mañana. Abandonamos nuestra libertad para obedecer una serie de decretos impresentables delirantes, pero miramos por televisión como miles de personas van a un velatorio oficial en la casa de Gobierno.

Tenemos serios problemas. Como dice Ricardo López Murphy, cuando le preguntan acerca de nuestra peculiar psicología, “debe ser el agua”.

P.P.