Goyo Prieto, hacedor y promotor de la gran vidriera correntina

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Repasa su vida y cuenta su relación con sus grandes pasiones. A la hora de analizar el futuro del carnaval, sentencia: “Lo voy a extrañar, pero considero que no se tiene que hacer”.

Sentado ahí, lo veo desde afuera, a través de una amplia vidriera de esas que son tan necesarias para que un café funcione por estos pagos. Porque nos gusta ver quién está dentro y quién, afuera. Como si fuese una gran vidriera todo. A propósito de vidrieras, el hombre en cuestión sabe de ellas, como pocos. Años de su vida se pasó armando esas presentaciones comerciales en nuestra peatonal, de negocios reconocidos. Como se pasó y se pasa hablando de arte, ambientaciones, espacios marcados por su impronta… Y también de chamamé y carnaval. Especialmente de carnaval. 

El hombre en cuestión es Goyo Prieto, un fanático de lo que hace, un apasionado de lo nuestro, un tipo querible, creíble. Un repartidor de buenos momentos. Un ser que anda, por estas horas, ilusionado con que nuestras máximas expresiones artísticas veraniegas logren posarse como siempre en sus escenarios tradicionales. Porque a pesar del virus, no pierde la esperanza de que todo vuelva a ser como era en un principio, aunque “la decisión la van a tener que dar desde el Estado, que viene haciendo las cosas muy pero muy  bien… Nos está cuidando… Y un año sin chamamé y sin carnaval es siempre mucho mejor que un año con gente que se termine enfermando por asistir al chamamé o al carnaval”.

A propósito de carnaval, Goyo viene de participar de algunos encuentros virtuales, en los que compartió vía Zoom el espacio con reconocidas figuras de la festividad de Momo; y para su sorpresa, mucha gente del interior del país se fue sumando a escuchar lo que tanto el como sus pares, tenían para decir.

“El carnaval de Corrientes, nuestro carnaval es respetado y reconocido en todas partes”, afirma con entusiasmo Prieto. Y eso es lo que en el fondo teme perder si la fiesta termina discontinuándose por razones sanitarias. Pero a la vez, lo entusiasma el desafío de repensar esta nueva normalidad, imaginando cambios efectivos para no perder lo afectivo de esta manifestación multidisciplinaria. 

Es que Goyo está acostumbrado a los desafíos y es allí donde mejor se mueve, donde se siente cómodo. Sabe adaptarse a lo que hay. Quizás por eso la cuarentena le sirvió para redescubrir pasiones guardadas que estaban ahí nomás de su vida cotidiana. El dichoso aislamiento lo llevó primero a cuidar más su salud y luego a darse tiempo para lo que venía posponiendo. Ambas cosas van de la mano y él, hoy, lo sabe. Pero claro que, si bien todo lo que pasó últimamente le ha dejado enseñanzas como a todo el mundo, se le nota que extraña el vértigo de las fiestas, los montajes, la atención a turistas del hotel Guaraní para el que también trabaja… Toda esa vida que al menos por ahora, no está. 

Y recae la charla en un carnaval al que siente, hoy, que está muy bien. Aunque su cabeza lo lleva a recordar épocas gloriosas de la avenida Ferré, de carrozas imponentes que demandaban un gran sacrificio el poder realizarlas. Antes y ahora son parte de sus comentarios. Y se entremezclan figuras como las de Tachín Gamarra, Roque Palma, Rolando Díaz Cabral, con las de la Rubia Meana, Cacho Gómez Sierra, Belén Jantus, Silvia Castillo y Horacio Gómez cuando las preguntas recaen sobre los seres que hicieron y hacen a la fiesta. Y en el “antes”, hubo también un Goyo comparsero, similar al de ahora, solo que con otra camiseta. Claro, porque el de antaño, fue del Rayo araberacero y el de hoy, es bien Gallo.

“Entre mis amigos de la vida, siempre hubo mucho copacabanero y de Sapucay. Yo vivía ahí nomás de la casa de los Sanabria y eso influía, aunque después terminé en Ará Berá, una comparsa que me dio muchísimo”. 

Recuerda también que algunas rispideces lo dejaron fuera del carnaval de Ará Berá. Y entonces vino el cambio. Se pasó a la comparsa de enfrente y fue el gran protagonista, en su primera aparición con los nuevos colores. Dice que desde el primer momento en Sapucay lo recibieron con los brazos abiertos. “Mancho Castillo Odena, Pepo Castresana y José Ramírez me acompañaron de cerca en aquella primera representación de El Cid Campeador. Allí, en la cancha, terminé de convencerme de que el cambio que había hecho era un paso positivo, principalmente por los afectos”.

Los afectos y la pasión por lo que se hace son todo para este señor. Pasión medida claro, pero pasión al fin. 

De esto parece tratarse la vida, en definitiva para alguien que se define como buen amigo, compinche, honesto. Alguien que va cosechando logros por lo realizado, pero que aunque no lo sepa -o no lo quiera reconocer- su popularidad está basada mucho más en su don de gente que en su multifacético andar hacedor.

Por cierto, ya está pensando en hacer más, mucho más de todas esas cosas que tanto le gustan. Como también  gusta del compartir y estar ahí, aquí, contando y mirando. Atendiendo la charla y saludando o devolviendo gentilezas. En una ciudad que bien puede ser definida como una gran vidriera. La cual luce más y mejor, si quien se encarga de armarla es Goyo Prieto.